Colgados

Una botella de vino —ya vacía—, dos copas y un atardecer frente al mar. Estaban sentados, ajenos a todo, absortos en una conversación, no creo que importante. Mantenían la distancia; ese estar cercanos, sin rozarse. Con las piernas colgadas, casi a ras de agua.

Los vi y no pude evitar capturarlos. Atraparlos en una fotografía que me recordara que la vida son pequeños instantes de placer; instantes como ese, en el que el sol acababa de caer y empezaban a despuntar los rojos. Ninguno intuía entonces la belleza que adquiriría el cielo sólo un cuarto de hora más tarde. Hay que vivir abierto a esas sorpresas. Desagendando los días y las horas.

Dirigían la vista al frente, pero intuyo que hacía tiempo que habían dejado de mirar. Intercambiaban sonrisas, aún tímidas, de las que campan a sus anchas en las primeras veces; quizá era la primera vez que estaban juntos. O, simplemente, el primer atardecer que compartían.

Vermeer habría captado la luz que se posaba sobre ellos; Monet se habría centrado en los rosas que se intuían en el cielo. Sorolla habría variado la perspectiva, pintando los reflejos que dibujaban sus cuerpos en el agua. Y Gaya… Gaya habría puesto flores frescas en sus copas, en un claro homenaje a ese final del día que, con suerte, será sólo un comienzo.

Deja un comentario