Cristales

Vivimos en ciudades transparentes construidas a golpe de click. Sabemos lo que desayuna el vecino, el sexo del bebé que espera nuestra compañera de trabajo o la última receta que ha improvisado aquella compañera del colegio con quien hace más de diez años que no coincidimos pero que, hace unas semanas, nos lanzó una petición de amistad, como si la amistad fuera algo que se pudiera pedir. Votamos sobre el corte de pelo que se va a hacer nuestro mejor amigo o sobre si debe afeitarse; opinamos sobre los libros que tiene en la mesilla de noche ese autor de moda o le lanzamos corazones a las imágenes que le roba a Madrid esa editora que nos gusta. Navegamos entre ‘likes’ que prefijan nuestros gustos y vemos que cada conversación telefónica va seguida de publicidad específica sobre el tema tratado. Escribe Ray Loriga en ‘Rendición’ que «en la ciudad en la que todo se veía, lo único prohibido era precisamente esconderse o espiar, porque a qué espiar si ya se veía todo y eran claras y radiantes todas las intenciones». A qué espiar. Mostramos y nos muestran más de lo que nos interesa.

Hace tiempo que avanzo por historias e imágenes en redes sin interés, a toda velocidad. Se acabó la curiosidad por qué habrá sido de ese chico que tanto me gustaba en la universidad o por cómo habrá terminado las vacaciones esa chica tan simpática que conocí en primavera. Se me pasaron las ganas de monitorizar la vida de propios y ajenos; conocí sus rutinas hasta aburrirme. «[D]e la claridad se puede tener buena o mala opinión, pero es evidente que cuando es tan excesiva […] engulle todos los secretos, todos los misterios y todos los deseos. Y de tanto verlo todo ya no quiere uno prestarle atención a nada».

Vivimos proyectados en una pantalla, como un reflejo difuso de nosotros mismos, rodeados de paredes transparentes entre las que reinventarnos a diario; la cara A de una ficción repleta de canciones alegres, planes divertidos y días de sol. Con todo –y con suerte–, nuestra vida, la real, transcurre en B, oculta entre papeles y facturas. Una vida en la que a los días de playa le siguen tardes de hospital y en la que algunas despedidas –cada vez con más frecuencia– son para siempre.

No deberíamos perder ese espacio que transcurre lejos de una cámara. Tendemos a enamorarnos en él. Sólo podemos ser nosotros detrás de esas excusas que inventamos entre paredes de ladrillo, disimuladas bajo capas de pintura; escondiéndonos. Evitando, entre risas y complicidades, dejarnos espiar.

«Decidí […] saludar con afecto solamente a quien como yo fuese capaz al menos de esconderse».

Un comentario en “Cristales

  1. Lo que hoy se llaman listas de canciones entonces eran recopilaciones y las grabábamos en casete. Me aficioné a juntar temas de los Beatles que estuviesen en la cara B de cada disco. Aficionarse es mucho decir, debí hacer 3 o 4 selecciones. Detrás del relumbrón de la cara A, la cara B se escuchaba de otra forma, más cercana a uno y más alejada de los demás y aparecían algunas joyas que al resto le pasaron desapercibidas. Muy buena entrada. Muy sugestiva, por lo menos para mí. Felicitaciones.

    Le gusta a 1 persona

Deja un comentario