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Hace años abrí un baúl y en él encontré cientos de retales. Los había de todos los colores, de estampados muy distintos y de un sinfín de materiales.

Tras preguntar a mi madre por tan extraño tesoro, me confesó que de niña se había aficionado a recortar trocitos de todas las prendas que habían significado algo para ella: trozos de su primer babi, de su vestido de comunión, de la camisa que llevaba cuando conoció a mi padre, del cojín en el que dormía su perro, de la chaqueta que llevó su primer día de trabajo… Yo, emocionada, decidí iniciar mi propia colección. Me hice con una caja de madera, la pinté de un bonito verde manzana y escribí en blanco sobre su tapa: Retazos.

Con el tiempo, la caja se fue llenando, pero el hueco que en un principio habían de ocupar las telas fue sustituido por palabras. Columnas de prensa, artículos de revistas, páginas de libros, poemas, dípticos de exposiciones, entradas de cine y teatro… Letras y más letras.

Las letras de mi vida.

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